martes, 1 de febrero de 2011

As revolucións no norte de África

Mentres o mundo occidental (USA e UE) está en estado de shock pola profunda crise ecocómica que semella estar cambiando o status quo mundial, no norte de África (Túnez, Egipto) asistimos a un contaxio revolucionario, moi fresco e espontáneo, que establece un pulso con rexímenes autocráticos sen saber en que vai desembocar. Os xóvenes e os novos xeitos de relación social (twitter, facebook...) son os protagonistas dun anceio de cambio que pide democracia, traballo e xustiza. Debemos estar atentos aos novos ventos que soplan dende países que ata hai ben pouco so tiñamos presentes como destinos turísticos. Unha lección de mobilización social e de loita cívica contra as ditaduras que indican un aumento do nivel de educación e formación da xuventude  destes países. Para saber algo máis le este extracto do artigo publicado en "El País" por Javier Valenzuela.

"En el norte de África la historia late en estos momentos con intensidad.(...). Las llamas de la protesta juvenil ya han abrasado al dictador tunecino Ben Ali y chamuscan esta semana a su colega egipcio Mubarak. Decenas de miles de personas salieron ayer de nuevo a las calles de El Cairo y otras ciudades para exigir el fin de una autocracia que se prolonga desde hace tres décadas y que pretende perpetuarse desvergonzadamente en la figura de Gamal, el hijo del actual rais, del faraón Mubarak. Desde el balcón septentrional del Mediterráneo, Europa contempla este fuego liberador con estupor y aprensión.



Al decir Europa me refiero a su establishment. Sin duda, somos muchos los europeos abochornados por el silencio de nuestros Gobiernos ante movimientos democráticos que podemos ver en vivo y en directo en cadenas de televisión como Al Jazeera, que podemos seguir, y compartir con sus protagonistas, en Twitter y Facebook y que solo cabe saludar con alborozo. No pocos ciudadanos de París, Londres, Berlín, Barcelona, Madrid, Lisboa o Roma compartimos incluso esa sensación que tienen tantos norteafricanos de que Europa ha terminado por convertirse en un obstáculo a la llegada de las libertades al Magreb y el valle del Nilo.

En el mejor de los casos, la política oficial europea hacia los países norteafricanos ha consistido en ofrecerles ayuda económica y acuerdos comerciales para ver si así se desarrollaban allí clases medias que permitieran algún día una mayor convergencia entre ambas riberas del Mediterráneo. En el peor, ha hecho la vista gorda ante las violaciones de los derechos humanos y las corrupciones de los regímenes con tal de que garantizaran el suministro de gas y petróleo, los que lo tienen como Libia y Argelia, y, en todos los casos, controlaran los flujos migratorios y machacaran a los islamistas.

En privado, los responsables políticos europeos más honestos reconocen que las cláusulas formales vinculando ayudas y acuerdos al desarrollo de los derechos humanos en esos países nunca han sido aplicadas. Los europeos jamás se han plantado, jamás han levantado la voz ante un Ben Ali o un Mubarak, por citar solo a los autócratas protagonistas a su pesar de este mes de enero.

Por obvias, no vale la pena hablar de las contradicciones de semejante realpolitik con los principios y valores de la Europa contemporánea, la que se dice heredera de la Ilustración, la Revolución de 1789 y la reconciliación franco-alemana. (...)

Pero hay más: la visión oficial europea ignora los profundos cambios registrados en el norte de África en los últimos tiempos. Para empezar, la emergencia de juventudes urbanas con estudios primarios, secundarios y hasta universitarios, y con acceso al mundo vía la televisión por satélite e Internet. Y así vemos estos días cómo en Túnez y Egipto decenas de millares de chavales reclaman que se les trate con dignidad y se les permitan las libertades básicas existentes en Europa y América. Volvieron a repetirlo ayer los manifestantes de El Cairo a cualquier periodista occidental que les ofreciera un micrófono.

Para sorpresa de muchos, los manifestantes de Túnez y Egipto no piden Gobiernos teocráticos; los temidos islamistas están inicialmente ausentes de sus protestas. Y es este otro elemento que cabría analizar a fondo: la probabilidad de que haya comenzado el reflujo de la marea islamista iniciada en los setenta y ochenta del pasado siglo con la revolución iraní del ayatolá Jomeini y el asesinato del rais egipcio Sadat. La vida es móvil, lo que sube baja, el análisis de ayer puede no servir para hoy.

(...)No sería de extrañar que los jóvenes norteafricanos, como en su tiempo ocurrió en Europa del Este, terminen viendo en Estados Unidos -el de Obama y su discurso de El Cairo; no el de Bush y la guerra de Irak- un amigo democrático algo más creíble que el representado por la Vieja Europa. Al fin y al cabo, hace tiempo que Washington terminó por permitir que la democracia se desarrollara en su patio trasero latinoamericano.

(...)Sumado al ya existente ejemplo de Turquía, Túnez desmontaría así el estereotipo que proclama la incompatibilidad sustancial entre lo árabe y/o el islam y la democracia, tan estúpido como el que afirmaba lo mismo a propósito de países latinos y católicos como España y Portugal. (...)

Los egipcios lo tienen más difícil. En el seno de una población inmensa y en gran medida campesina y analfabeta, los laicos y demócratas son allí proporcionalmente más minoritarios que en Túnez. Por su parte, el régimen de Mubarak es más sólido policial y militarmente, lleva tres décadas recibiendo miles de millones de dólares anuales de ayuda norteamericana a tal efecto. Además, la realpolitik occidental, expresada en el miedo a un Gobierno de los Hermanos Musulmanes en la vecindad de Israel, juega en contra del cambio en el valle del Nilo.

(...)La afirmación crucial en la Declaración de Independencia de Estados Unidos es aquella que proclama la igualdad sustancial de todos los seres humanos y su condición de titulares de "derechos inalienables", entre ellos "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". A comienzos de los ochenta, desde Polonia se alzó un grito que reclamaba estos derechos y que, una década después, ya había conseguido derribar el muro de Berlín y el imperio soviético. ¿Representarán lo mismo para el norte de África estas revueltas democráticas? Mucho podría contribuir Europa a que así fuera, pero para ello tendría que operarse de cataratas.

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